Sabemos que el abuso
sexual es una intromisión brutal en el cuerpo del otro, es como la forma más
brutal del abuso, no es casual que la tortura haya tenido como eje la cuestión
del abuso sobre el cuerpo del otro, la tortura sexual. Pero lo que empezamos a
pensar en los últimos años a partir de los estudios de la antropología y los
estudios de nuestra práctica misma es que si la violación de la mujer es algo
profundamente atacante, y profundamente disruptivo, y profundamente traumático,
no invalida su condición de mujer. La violación en la mujer o el abuso en la
mujer lo que produce es una lesión terrible, una herida muy fuerte desde todo
punto de vista. Pero el abuso infantil en el varón y la violación del varón
producen una deconstrucción de la identidad, aparece como una forma de
liquidación digamos, o de cercenamiento muy fuerte de la identidad. Esto tiene
que ver con toda la cuestión que hace a que la masculinidad es un constructo
que debe ser sostenido a lo largo de la vida, mientras que la feminidad es algo
como que de alguna manera se sostiene. Interesante porque la teoría
psicoanalítica partió siempre de la idea que el sexo de partida es el masculino,
cuando en realidad, si hay un constructo al cual hay que llegar es a hacerse
hombre. Las mujeres podrán ser mujeres mejores, peores, pero nadie duda que son
mujeres, salvo situaciones muy extremas. En una época estaba muy ligado a la
maternidad, las mujeres que no eran madres eran machonas, se consideraba en los
pueblos. Hoy no es así, hoy el tema de la feminidad se ha desligado totalmente
de la maternidad y ustedes habrán visto que las barbies ya no son las muñecas
de antes y que ninguna niña juega a darle comidita al bebé después de los seis
o siete años, sino a peinarse y vestirse como las barbies. El narcisismo
femenino encontró algún canal bastante problemático. Afortunadamente la
sociedad encontró otras formas de reproducción con lo cual todo se subsana.
Silvia Bleichmar