Dice el texto sagrado:
"Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz
a Caín, y dijo: "He querido un varón con el fervor de Yahveh". Volvió a dar a
luz, tuvo a Abel, su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún
tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo
una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh
miró propicio a Abel y su oblación, más no miró propicio a Caín y su oblación, por
lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. Yahveh dijo
Caín:"¿por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿no es cierto
que si obras bien podrías alzarlo?. Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado
acechando como fiera que te codicia, y a quienes tienes que dominar". Caín dijo a su
hermano Abel: "vamos afuera". Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín
contra su hermano Abel y lo mató."
Pregunto quién armó el lio, Caín o Dios?. Piensen por un instante,
la mayoría debe tener hermanos, hermanas. Van y le dicen: -mamá, feliz día de la madre,
o papá, feliz día del padre. -Gracias, tomátelas. Viene inmediatamente su hermano y le
dice: papá, feliz día del padre. -Querido, qué rico que sos. Uno es chiquitito, dos o
tres años, a ese grandote no lo podés matar además te tiene que mantener todavía unos
cuantos años. Con quién te la agarrás?
Cuando se lo cuento a mi contador que lo conozco hace treinta años, es
muy católico, me dijo, no puede ser verdad, entoces le dije, agarrá la Biblia, vas a
ver. Nos encontramos unos días después y me dice: -qué quilombo que me armaste, te
acordás lo que me contaste de Caín y Abel, tenías razón. Lo leí en la Biblia, el que
arma el despelote es Dios. Se lo conté a mi mujer y se me armó un lío. Al final me
dijo: la terminás si Dios lo hizo sabe por qué.
Como dijo Unamuno al que ya cité alguna vez yo no me voy a poner a
discutir si hay o no otro mundo lo único que pido es que me dejen vivirlos de a uno por
vez. En este mundo dejar que Dios haga lo que se le canta es terminar tirándonos piedras
entre nosotros. Ese sería el destino al cual quedaríamos sujetos si no nos animáramos a
interrogar la intervención del Otro. Cuando interrogamos la intervención del Otro, como
hacen los chicos que preguntan, por qué, por qué, por qué. Tal vez haciendo ese
ejercicio que llamo "exhaustación del Otro" descubramos que por lo menos acá
en la tierra el Otro no tiene con qué responder: no hay otro que resuelva por nosotros.
Dije doble precio, uno, un goce que se pierde para ganar otro: el que
avanza en la creación. Otro que nos deja también en una gran dificultad porque es muy
grato poner un cartelito que dice "sonrie Dios te ama" o colgar la foto de Freud
en el consultorio y pensar lo mismo "trabaja tranquilo, Freud te ama".
Advertir, en cambio, que no hay otro que pueda decidir por nosotros, el
tiempo del acto nos deja, para ese momento, en una irremediable soledad, es la única
soledad que nos permite el encuentro con el Otro...
Aceptar que el Otro no tiene las respuestas, que el Otro desea, para acabar pronto: que el Otro no existe. Ese es el dilema neurótico. Saludos Rodrigo Asseo.
Isidoro Vegh