Siempre
fue mi costumbre estar en la vereda del débil. Con aquel que la
sociedad lo despojó antes incluso de haber nacido. Con el que no fue
escuchado; con el que fue postergado, con el que aún cree, pese al
saqueo de su deseo y pese al exterminio de sus bienes.
En todo humano hay una combinación ominosa de ternura y violencia.
Juan
tenía dos perros. La hembrita era la más tierna: siempre trémula y a
veces desconfiada. Ayer soñé que estábamos Juan, la perrita y yo en la
terraza de aquella casa de adolescente, donde –alguna vez- jugábamos a
rehacer el incoherente e injusto mundo. Y la perrita,
tan torpe a veces, sin darse cuenta –y a las órdenes de mi sueño- salta
hacia la calle sin reconocer que después de la pared sólo hay vacío. Y
Juan, sin dudarlo, salta tras ella para salvarla.
Freud: “Un sueño es ya un deseo realizado”.
Lacan: “Lo real es lo imposible”.
Soñamos lo imposible. Imposible porque Juan regaló hace tiempo atrás a sus dos perros. Regalo que me apenó muchísimo como tantas cosas que a Juan seguramente le apenarán de mí. Imposible porque Juan es humano. Y nunca hubiese saltado sino fuese por el deseo que yo le confiero en mi sueño.
¿Por
qué alguien se dispone a ser analista? Porque cree que, aún, es posible
rectificar las puntas de lo real. Para eso hay que luchar con la única enfermedad que Lacan proclamó para el Sujeto: creer en su YO.
¿Por qué alguien se dispone a ser analista? Porque –como sus analizantes frente al Otro que los aloja- aún sueña. Aún a-puesta por el deseo.
Augusto Pérez