La
convergencia del amor y el saber que propicia la transferencia se
sostiene en una función que Lacán recortó como su pilar y que denominó Sujeto supuesto Saber.
Aquel a quien le supongo el saber lo amo, así lo dice en el Seminario
AUN. Siendo este amor necesario para la instalación de la transferencia,
el analista debe, sin embargo, declinar la posición del saber y
reconducir el amor hacia el saber del inconciente.
De
lo contrario la transferencia puede subrayar su vertiente imaginaria,
aquella que hace que el sujeto se haga amar e induzca al analista a ser
amable con él. Esta vertiente es solidaria de la posición de Ideal que
el analista puede verse llevado a ocupar en la transferencia. Si en un
polo alguien encarna la posición de Ideal, líder o hipnotizador en
Freud, en el otro polo hay masa, no sujeto.
Posición
no sólo anti-analítica, sino peligrosa: si el amor es al analista en
posición de Ideal más que al saber que se juega en la transferencia, el
saber del inconsciente, la contracara del amor, el odio, puede
fácilmente, hacer su irrupción en la escena del análisis. Y no
precisamente en su vertiente más benéfica, la que propicia la separación
simbólica. Estancamientos del análisis, transferencias beligerantes,
interrupciones, son sus figuras más frecuentes.
Dijo también Lacán: Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo más que tú, el objeto a, te mutilo.
Ya Freud había dejado en claro el vínculo intrínseco entre el amor
narcisista y el autoerotismo. Lo integrador del narcisismo asienta sobre
lo parcial del autoerotismo. De raigambre freudiana, la frase de Lacán
denuncia el tiempo transferencial en que domina la función presencia del
analista, en que se acentúa lo real de la transferencia. El objeto se
ha alojado del lado del analista, de la mano de la transferencia
amorosa. El analista tendrá que jugar su presencia en las
interpretaciones para manejar este difícil tiempo transferencial.
Por
un lado o por el otro entonces, el amor, indispensable en la
transferencia, trae sus dificultades que sólo la preeminencia de la
función deseo del analista permite abordar. Pensarla como función,
limpia el campo de cualquier confusión con deseos del analista en
particular que el concepto pueda evocar. Función deseo del analista que
promueve la máxima diferencia entre el lugar del Ideal, en el que
erróneamente se puede ubicar el analista, y el lugar para alojar el
objeto de la transferencia.
Es
la puesta en acto de esta función lo que lleva al analizante a
ocuparse, más allá del fantasma, de la pulsión, del objeto, de la
fijación. Y es la lectura de la letra del sujeto por parte del analista
el andarivel principal por donde transcurre esta función.
Mecanismo fundamental de la operación analítica, así nombra Lacán al deseo del analista en los cuatro conceptos.
Para cumplir esta función no sólo se requiere que el analista decline
el lugar de Ideal sino que lo haga en el ejercicio de la docta
ignorancia, que esté más atento a la letra del sujeto que a su saber
teórico. La condición de esta función es, entonces, el análisis del
analista.
El tránsito de un análisis, lo diría así, es el tránsito del objeto a desde
el lugar inicial de verdad del goce ignorado del síntoma, discurso
histérico, hacia el lugar de agente de discurso en que se aloja, si el analista se ofrece como vacío y
no como Ideal, discurso del analista. Si es el analista el que encarna
al hipnotizado. Ofrecer un vacío para que allí reine el semblante de a, es todo lo contrario de ofrecerse como saber teórico o como Ideal porque en este caso el vaciado es el sujeto.
El
saber que no se sabe se soporta en el significante como tal, en el
significante localizado, en la letra. Por eso dice Lacán, en AUN, que el
saber está en el Otro, en el orden Simbólico, y es ahí donde converge
con la verdad. Si, agrego y repito, quien sostiene la transferencia se
supedita a la letra del sujeto posibilitando que funcione el discurso
analítico, en el cual el saber está en el lugar de la verdad y desde
allí interpela al sujeto.
Patricia Leyack