No podemos pensar que el inconsciente del paciente está
separado del inconsciente del psicoanalista, pues como muy bien nos lo enseñó
Nasio, el inconsciente es el resultante del vínculo transferencial que existen
entre ambos. Esto mismo es lo que Lacan nos quiso explicar cuando decía que el
que no se analiza no tiene inconsciente. Esto quiere decir que, sólo bajo la
presencia del analista -transferencia mediante- se puede dar cabida a LO inconsciente, el invento freudiano.
Lo anterior no quiere decir que en nuestra vida cotidiana no
aparezcan formaciones del inconsciente, esas siempre se dan, pero sólo en
análisis podremos re-significar la cadena significante. Voy a darles un ejemplo
fresquecito que simplifique cómo el inconsciente del analista juega un papel
fundamental en la práctica diaria dentro de la clínica, y cómo el inconsciente
es originado a sí mismo por la presencia del paciente.
Como bien lo saben mis pacientes, tiendo a poner ejemplos
analógicos simples para hacerles ver desde otro ángulo la manera en que percibo
sus problemas, esto suele ayudar, pues le da un giro a la perspectiva de lo queja veces vemos y vivimos -fantasma
mediante- como un callajón sin salida. Dichos ejemplos casi siempre los
invento, rara vez uso el mismo relato a otro paciente. Y esto es muy a
propósito, pues si creemos en la transferencia y en LO inconsciente, entonces estaremos de acuerdo que, si como psicoanalista invento
algo, lo invento de acuerdo a factores inconscientes y en relación a la
transferencia que vivo con ese paciente en ese momento específico .
Este es el caso de una paciente que acudió a análisis por
incapacidad y altos niveles de angustia, ante la necesidad de tomar importantes
decisiones en su vida –separarse de su pareja, por ejemplo-, me platicaba en el
diván sobre la cercana, pero al mismo tiempo, distante relación emocional con
su madre. Planteándome la incapacidad que sentía para hacerse escuchar –pues cuando
intentaba hablar de algún problema cotidiano con su madre, el llanto aparecía a
manera de síntoma-, siempre colocaba al llanto como una barrera, haciendo que
su madre se desesperara y cortara aquel intento de aproximación. Así, cada vez que
aparece un conflicto por resolver, la hija difícilmente puede comunicarlo y la
madre no quiere escuchar; ambas alimentan una relación que genera cada vez más
frustración, enojo y por supuesto síntomas. Entonces, en el diván, analizamos la
posición tan infantil en la que la paciente se coloca frente a su madre, sintiéndose
siempre dominada y temerosa ante cualquier señal de enojo, lo que da como
resultado, evitar a cualquier costa confrontar los conflictos.
Al escuchar su discurso, le señalé que, si no soluciona el
problema de fondo –la incapacidad de
comunicarle a su madre sus propios puntos de vista y hacerse escuchar- seguiría
siendo imposible llegar a un acuerdo o a una resolución, cada vez que algún
conflicto cotidiano surgiera.
Entonces le expliqué lo que yo percibía con un ejemplo simple:
“Es como si
necesitaras correr (pues todos en algún punto de nuestra vida lo necesitamos),
pero tuvieras el dedo del pie lastimado y cada vez que necesitas hacerlo no
puedes, y no encuentras otra alternativa
más que evitarlo, aunque lo necesites. Es un ejemplo “tonto” si quieres, pero
así funcionas. Evitando siempre una necesidad”.
Al terminar mi ejemplo, la paciente se ríe y me dice:
“De hecho no es
nada tonto, de hecho ¡eso me pasa!. Desde hace unos 4 meses me lastimé el dedo
y no he hecho nada al respecto, por eso ya no he podido ponerme tacones, me
duele. Y claro, tengo mis razones para no atenderme.”
A lo que respondo:
“Si, me quedan
claras tus razones”.
Evidentemente esto nos llevó a algo muy significante: “los
tacones”, que no se puede poner por no haber atendido el problema.
Al preguntarle qué piensa de los tacones, ella
inmediatamente me responde que “los liga con la figura de su madre”; a quien
ella, de niña, idealizó infinitamente por su belleza, feminidad y porte de
mujer. Por supuesto que los taconas nos llevaron al significante mujer, y claro, una mujer que a
diferencia de una niña, sí puede tomar decisiones. Mi paciente, por estar lastimada y no
atenderse, no puede posicionarse como mujer, y cuando necesita tomar una decisión
–como lo hacen las mujeres-, al igual que con los tacones, le duele.
Finalmente, yo no sé por qué se me ocurrió ese ejemplo. Jamás
había hecho esa analogía, pero diría que esta vez la hice por mi escucha, por estar directamente en
contacto con el dolor y la vivencia del sufrimiento de mi paciente, lo que fortalece
la relación transferencial que ata a todo vínculo con un Otro.
Definitivamente el inconsciente está construido y alimentado
por ambos, y eso da como resultado el advenimiento de LO inconsciente. La escucha coloca al psicoanalista en un lugar
privilegiado, en un lugar en el que, queriendo dar un ejemplo “tonto”, termina
dando una interpretación.
Un saludo, Rodrigo Asseo C.