El hombre “lacaniano”, tal como atraviesa los seminarios y
los Escritos, es por el contrario un
ser pesado, estorbado, embarazado por el tener. El tener es un estorbo, y como
él tiene algo por perder, está condenado a la cautela. El hombre “lacaniano” es
fundamentalmente miedoso. Y, por supuesto, ocurre que cuando va a la guerra es
para huir de las mujeres, para huir del agujero. De modo que el hombre no es
sin semblantes, pero son semblantes para proteger su pequeño tener. No es el
caso del semblante propiamente dicho, el semblante femenino, que es máscara de
la falta. Se podría hablar de la subjetivización del órgano genital en el
hombre. El “tengo” como sentimiento que le da una superioridad de propietario
un bien que implica, también, el miedo a que se lo roben. He aquí una cobardía
masculina que contrasta con el sin límites femeninos. El tengo está claramente
vinculado con la masturbación. El goce fálico es por excelencia goce de
propietario. Significa que el sujeto no da a nadie la llave de la caja,
llegando a veces incluso hasta protegerse con la impotencia, y de un modo
satisfactorio. Ocurre que, cuando finalmente da, es como si fuese víctima de un
robo, a tal punto que conserva a un costado la masturbación como refugio para
preservar un goce para sí mismo: uno para ella y uno para mí.
Jacques Alain Miller
Las Mujeres y los Nombres del Padre