
Dentro del campo Psi, el
Psicoanálisis parece caracterízarse por dos conocidas "virtudes": el
diván y el corte de sesión. Como si estos dos "componentes" fuesen el
objeto mismo del psicoanálisis o como si fuesen un imperativo en la cima
de una pirámide religiosa. Y, a decir verdad, toda "herramienta del
dispositivo" que se usa como fín-en-sí-mismo pasa a ser, más que una
ayuda al analizante, un problema para el analista. Suele pasar que
muchos de los que nos iniciamos en este marco-clínico, nos preocupaba
(en una actitud sobre medida) la utilización del diván e incluso la
incorporación (en su concepto y en su geografía) dentro del ámbito del
consultorio: no es difícil encontrar analistas que, meses antes de
comenzar a ejercer la profesión, se preocuparon afanosamente en la
"compra" de su diván; como aquellos otros "viejos colegas" que no puden
desprenderse de ese primer elemento que ha marcado sus inicios y lo
mudan de lado a lado repetidamente. Tendríamos que preguntarnos porqué
usamos determinadas "excusas" defensivas para sortear problemas que
pasan seguramente por otras dimensiones.
El diván no es un mobiliario. No al menos para un analista. Es una
herramienta de trabajo y, como toda herramienta, hay que saber usarla.
Este "saber" incluye -desde ya- el hecho ímplicito de no usarlo si fuese
necesario.
Y como no es un mobiliario, no tiene la mínima importancia de qué
tipo de diván se trate: chaise longue, otomana, sofá, cama, etc.; a
menos, claro, que lo que se pretenda sea decorar el consultorio y
olvidarse de las reglas del dispositivo. No tiene, digo, la mínima
importancia aunque en muchos casos la tiene de sobremanera, puesto que
habla, y mucho, del analista en cuestión: incluso hasta de sus
honorarios; moneda que, a la vez, también habla de él. No nos
sorprenderá, por ejemplo, que un analista "caro" tenga un chaise longue
de marca y que, a la vez, crea que esos elementos (el diván, sus altos
honorarios) son parte de un estilo que lo "eleva" vaya a saber adónde...
Bueno sería que entendamos que cuánto más el psicoanálisis se acerca "a
la moda" o al snobismo, más se aleja del sufrimiento del sujeto.
Un analizante no entra "al diván" por su tapizado, por su textura,
por su forma o por su color. Menos aún por su "estilo". Entra por otras
cuestiones técnico-clínicas que hay que saber "maniobrar", manejo que
incluye -lo repito una vez más- el hecho de saber cómo no-usarlo. Desde
los tiempos del nacimiento del Psicoanálisis, el Diván está asociado a
la Técnica misma, a punto tal de la famosa metáfora "hacer diván" para
reemplazar el hecho de analizarse. Pero analizarse no implica hacer
diván; así como muchas veces el hecho de estar en el diván no implica
que se haya instalado el dispositivo analítico. Creo que no podemos
"utilizar" al diván como un "antes y un después" de las entrevistas
preliminares. El análisis pudo haber ya comenzado y cada analista pudo
haber considerado oportuno no pasar a su analizante al diván. Por otro
lado, el acto analítico tiene "sentido" dentro de un marco ético que no
toma en cuenta cómo se "sienta o recuesta" el analizante; sí lo que hace
el analista.
Si tomamos al diván como una herramienta-forzosa, corremos el riesgo
de banalizarlo todo y de olvidar de que lo que realmente está en acto
es el analizante con su padecimiento. En las Instituciones existen miles
de psicoanalistas y no hay "espacio ni tiempo" para la utilización del
Diván; no por eso podemos decir que no hay allí un acto analítico.
Ahora bien: ¿por qué el diván?
Digamos primero que Freud ha aconsejado a cada analista la
"herramienta" que más "encajara" con cada uno; puesto que la Atención
Flotante y la Asociación Libre no pasaba por lo "postural". Sabemos como
analistas, que él comenzó a usar el diván por su "fatiga" de mantener
durante largas horas diarias la mirada, el cuerpo, en permanente
"confrontación" con su paciente. Pero, ahora bien, con Lacan hemos
aprendido que el diván cumple una función que requiere un párrafo
aparte.
La herramienta tiene, como bien expresa Antonio Quinet, un concepto
"ético": él habla, justamente, del "diván ético". Su abordaje se basa no
sólo en una de las condiciones del análisis (de hecho, ésta es la
"propiedad" en la que yo no coincido) sino además en el componente
teórico que hemos aprendido de Jacques Lacan.
Lacan nos ha enseñado que el lugar del analista es el de la
"invisibilidad": la medida de su acto es real y no actuación. El diván
actúa, en principio, como condicionante favorable para aislar la
transferencia en los significantes: recordemos el esquema de la
dialéctica intersubjetiva: el muro narcisista a-a´ actúa como barrera
para que la transferencia en el significante reemplace la transferencia
del registro imaginario. La privación de lo visual, que Lacan privilegia
como trampa escencial del deseo, hace desvanecer la imagen del otro [
i(a) ] que representa al analista permitiendo el paso al ideal del Otro [
I(A) ]. Como bien expresa Quinet, "la disminución de la pregnancia de
lo imaginario por ese procedimiento freudiano del diván, no tiene otro
objeto que el de desacelerar la función de desconocimiento del yo para
hacer emerger el discurso del Otro." Podríamos recordar a Lacan, en La
Significación del Falo, y parafrasear el hecho de que la posición
acostada introduce " la diferencia entre el lugar desobstruido para el
sujeto sin que él lo ocupe" y "el yo que viene a alojarse ahí".
A propósito de la pulsión escópica y de la mirada como objeto a, en
el Seminario XI Lacan relata el plano de reciprocidad mirar-ser mirado. A
una pregunta de Audouard sobre la influencia de la mirada, contesta:
"...No le decimos a cada paciente Ay, ay, ay, qué mala cara tiene usted!
o El primer botón de su chaleco está desabrochado. Después de todo por
algo no se hace el análisis cara a cara." Como expresa Quinet, puesto
que no hay simetría entre el sujeto y el Otro; y puesto que dicha
relación debe ser favorecida, el diván ocuparía una postura ética.
Pero ahora bien: así como el hecho de acostarse no impide al
analizante "mostrarse" (puesto que el sujeto se muestra amable para el
Otro desde que el analista es colocado en el ideal del yo); también es
cierto que el lugar de la invisibilidad del analista puede y debe
"demostrarse" desde otros puntos claves del dispositivo; como, por
ejemplo, el no responder a la demanda o el no colocarse en el lugar
paternalista del consejero. Sabemos que, en el correr del análisis, el
analista debe separar al sujeto de su Ideal del yo, con el objetivo de
vaciarlo de su goce; pero esta operación ( y aquí no coincido con Quinet
) no necesariamente puede hacerse desde el corte imaginario que el
diván implica.
Un psicoanalista no es, no debiera de ser, alguien sumergido en una
cápsula en donde todo debe ser de una asepsia pseudo-valiosa y al pie de
la letra; letra que, no está de más decir, escribe un mensaje muchas
veces resistencial. Todo encuadre estereotipado habla de un profesional
con las mismas características, esos que a veces dicen: yo sólo atiendo
adultos o yo trabajo sólo con sesiones de tiempo pactado, o yo sólo
recibo efectivo. Tendríamos que preguntarnos, ya que se habla de dirigir
la cura pero no al paciente, hasta qué punto el narcisismo o la
omnipotencia no están actuando de obstáculo para dicho analisis o, en
última instancia, de defensa encubierta por no poder abordar al sujeto
desde otra mirada; mirada que no implica, desde ya, renunciar a la
técnica analítica.
Analistas que "se hacen valer" con altos honorarios o que
"despachan" a sus analizantes porque no pueden "acostarlos" en un diván o
que ni siquiera aceptan un abordaje si no es diván-por-medio, son los
que hacen del Psicoanálisis una técnica pequeño-burguesa y que no se
animan a profundizar en el dolor humano.
Si como analistas sabemos que el acto es ácefalo, puesto que el
sujeto no es agente de su acto; también deberíamos saber que el "soy
donde no me pienso" es parte de una escena discursiva de la cadena de
significantes y no tiene implícito el forzamiento de una herramienta
técnica. Bueno sería recordar que Lacan ha analizado psicóticos en
hospitales y que uno de los casos paradigmáticos del Maestro, "Juanito",
lo ha analizado Freud sin diván alguno.
Muchas veces ser mas Papista que el Papa tiene sus riesgos... harto
mas acreedores de una estupidez crónica que de un atroz servilismo.
El Corte de Sesión
Otro
de los puntos muy discutidos en Psicoanálisis es el Corte de Sesión.
Esto es: si hay sesiones de 50 minutos fijos o si las sesiones deben ser
acotadas, cortadas, en algunos casos. Veamos el marco teórico:
Sabemos que el tiempo del sujeto no es el tiempo cronológico; que lo
inconsciente es atemporal. Sabemos, además, que informarle al
analizante que las sesiones tienen una duración "variable" ayuda para
que éste sepa cuándo llega pero no cuándo se va; con lo cual también
"sabe" que su tiempo es dudoso, que su discurso debe ser desplegado "lo
antes posible" porque siempre está la posibilidad del corte. Y esto,
como sabemos desde Psicopatología de la Vida Cotidiana, ayuda también a
que se produscan manifestaciones de lo inconsciente.
El "tiempo de las sesiones" e incluso el número de éstas semanales,
se ha transformado más en otro snobismo-clásico de los "clúbes de
analistas" que en una técnica del dispositivo. Sabemos de analistas
postfreudianos que consideran al análisis sólo factible con tres o
cuatro sesiones semanales; pero, en fín, eso es tema de otro párrafo. Si
el "tiempo" es manejado, como el uso del diván, desde un lugar de
estereotipo, vuelve a colocarse la herramienta como fin-en-sí-misma y
corremos el riesgo de no ver el árbol.
Personalmente trabajo con escansión de sesiones; pero esto no
significa que mi analizante "se vaya" siempre antes de los 50 minutos.
Es más: muchas veces puede irse a la hora y media. La escansión y/o la
puntuación de una sesión tiene que ver, obviamente, con la escansión y
puntuación en el discurso. Estar en atención flotante lleva aparejado
este condicionante. Así cada sesión contiene siempre un
"final-de-análisis".
Sabemos que el esquema de la comunicación es isomorfo al esquema de
retracción de constitución del trauma: tiene lugar Nachträlich, a
posteriori, sólo después de ser terminada una frase tendremos su
sentido. Esto será en Lacan colocado como el punto-de-capitón en la
matriz del grafo del deseo. Este punto permitirá la creación del sentido
que, desde Freud, sabemos que será sexual.
Esto está en función de la interpretación, podríamos decir que es
una interpretación en sí misma. Desde el momento que el analista puede
decidir suspender la sesión, se coloca como Amo, como el sentido del
Otro; pero abre el intervalo entre los significantes haciendo aparecer
el objeto pivote de las representaciones. La suspensión es una forma de
ser "semblant de objeto" que, recordando al trabajo de Lacan, remite al
final del análisis. El corte apunta al no sentido y a la falta en el
Otro, quedando el objeto como referente. En la medida que el analista
atestigua la funcion de objeto a como agente de la certeza anticipada,
el analizante podrá buscar su propia certeza en la configuración de su
fantasma.
A patir del corte, va a surgir el deseo como pregunta. (Recordemos
la pregunta del grafo: "¿qué me-quiere?"). Pero el corte, hay que
decirlo una vez más, no es sinónimo de "sesiones cortas". Lo repito por
si se mal entiende el concepto: "cortar la sesión" es un "no se sabe
cuándo", quiere decir que el tiempo del neurótico, siempre privilegiado
como un "tiempo de Otro" es vivenciado como un NO a su propia demanda.
Sólo con cotejar a las histéricas y a los obsesivos (víctimas del
"tiempo del Otro") advertimos como analistas que el Corte de Sesión no
es, no puede ser, un mero procedimiento "formal", sino que limita con
los bordes mismos del trazo del sujeto.
M. A. Pérez