Vistas de página en total

lunes, 13 de febrero de 2012

Diván y corte de sesión.


Dentro del campo Psi, el Psicoanálisis parece caracterízarse por dos conocidas "virtudes": el diván y el corte de sesión. Como si estos dos "componentes" fuesen el objeto mismo del psicoanálisis o como si fuesen un imperativo en la cima de una pirámide religiosa. Y, a decir verdad, toda "herramienta del dispositivo" que se usa como fín-en-sí-mismo pasa a ser, más que una ayuda al analizante, un problema para el analista. Suele pasar que muchos de los que nos iniciamos en este marco-clínico, nos preocupaba (en una actitud sobre medida) la utilización del diván e incluso la incorporación (en su concepto y en su geografía) dentro del ámbito del consultorio: no es difícil encontrar analistas que, meses antes de comenzar a ejercer la profesión, se preocuparon afanosamente en la "compra" de su diván; como aquellos otros "viejos colegas" que no puden desprenderse de ese primer elemento que ha marcado sus inicios y lo mudan de lado a lado repetidamente. Tendríamos que preguntarnos porqué usamos determinadas "excusas" defensivas para sortear problemas que pasan seguramente por otras dimensiones.
El diván no es un mobiliario. No al menos para un analista. Es una herramienta de trabajo y, como toda herramienta, hay que saber usarla. Este "saber" incluye -desde ya- el hecho ímplicito de no usarlo si fuese necesario.
Y como no es un mobiliario, no tiene la mínima importancia de qué tipo de diván se trate: chaise longue, otomana, sofá, cama, etc.; a menos, claro, que lo que se pretenda sea decorar el consultorio y olvidarse de las reglas del dispositivo. No tiene, digo, la mínima importancia aunque en muchos casos la tiene de sobremanera, puesto que habla, y mucho, del analista en cuestión: incluso hasta de sus honorarios; moneda que, a la vez, también habla de él. No nos sorprenderá, por ejemplo, que un analista "caro" tenga un chaise longue de marca y que, a la vez, crea que esos elementos (el diván, sus altos honorarios) son parte de un estilo que lo "eleva" vaya a saber adónde... Bueno sería que entendamos que cuánto más el psicoanálisis se acerca "a la moda" o al snobismo, más se aleja del sufrimiento del sujeto.
Un analizante no entra "al diván" por su tapizado, por su textura, por su forma o por su color. Menos aún por su "estilo". Entra por otras cuestiones técnico-clínicas que hay que saber "maniobrar", manejo que incluye -lo repito una vez más- el hecho de saber cómo no-usarlo. Desde los tiempos del nacimiento del Psicoanálisis, el Diván está asociado a la Técnica misma, a punto tal de la famosa metáfora "hacer diván" para reemplazar el hecho de analizarse. Pero analizarse no implica hacer diván; así como muchas veces el hecho de estar en el diván no implica que se haya instalado el dispositivo analítico. Creo que no podemos "utilizar" al diván como un "antes y un después" de las entrevistas preliminares. El análisis pudo haber ya comenzado y cada analista pudo haber considerado oportuno no pasar a su analizante al diván. Por otro lado, el acto analítico tiene "sentido" dentro de un marco ético que no toma en cuenta cómo se "sienta o recuesta" el analizante; sí lo que hace el analista.
Si tomamos al diván como una herramienta-forzosa, corremos el riesgo de banalizarlo todo y de olvidar de que lo que realmente está en acto es el analizante con su padecimiento. En las Instituciones existen miles de psicoanalistas y no hay "espacio ni tiempo" para la utilización del Diván; no por eso podemos decir que no hay allí un acto analítico.
Ahora bien: ¿por qué el diván?
Digamos primero que Freud ha aconsejado a cada analista la "herramienta" que más "encajara" con cada uno; puesto que la Atención Flotante y la Asociación Libre no pasaba por lo "postural". Sabemos como analistas, que él comenzó a usar el diván por su "fatiga" de mantener durante largas horas diarias la mirada, el cuerpo, en permanente "confrontación" con su paciente. Pero, ahora bien, con Lacan hemos aprendido que el diván cumple una función que requiere un párrafo aparte.
La herramienta tiene, como bien expresa Antonio Quinet, un concepto "ético": él habla, justamente, del "diván ético". Su abordaje se basa no sólo en una de las condiciones del análisis (de hecho, ésta es la "propiedad" en la que yo no coincido) sino además en el componente teórico que hemos aprendido de Jacques Lacan.
Lacan nos ha enseñado que el lugar del analista es el de la "invisibilidad": la medida de su acto es real y no actuación. El diván actúa, en principio, como condicionante favorable para aislar la transferencia en los significantes: recordemos el esquema de la dialéctica intersubjetiva: el muro narcisista a-a´ actúa como barrera para que la transferencia en el significante reemplace la transferencia del registro imaginario. La privación de lo visual, que Lacan privilegia como trampa escencial del deseo, hace desvanecer la imagen del otro [ i(a) ] que representa al analista permitiendo el paso al ideal del Otro [ I(A) ]. Como bien expresa Quinet, "la disminución de la pregnancia de lo imaginario por ese procedimiento freudiano del diván, no tiene otro objeto que el de desacelerar la función de desconocimiento del yo para hacer emerger el discurso del Otro." Podríamos recordar a Lacan, en La Significación del Falo, y parafrasear el hecho de que la posición acostada introduce " la diferencia entre el lugar desobstruido para el sujeto sin que él lo ocupe" y "el yo que viene a alojarse ahí".
A propósito de la pulsión escópica y de la mirada como objeto a, en el Seminario XI Lacan relata el plano de reciprocidad mirar-ser mirado. A una pregunta de Audouard sobre la influencia de la mirada, contesta: "...No le decimos a cada paciente Ay, ay, ay, qué mala cara tiene usted! o El primer botón de su chaleco está desabrochado. Después de todo por algo no se hace el análisis cara a cara." Como expresa Quinet, puesto que no hay simetría entre el sujeto y el Otro; y puesto que dicha relación debe ser favorecida, el diván ocuparía una postura ética.
Pero ahora bien: así como el hecho de acostarse no impide al analizante "mostrarse" (puesto que el sujeto se muestra amable para el Otro desde que el analista es colocado en el ideal del yo); también es cierto que el lugar de la invisibilidad del analista puede y debe "demostrarse" desde otros puntos claves del dispositivo; como, por ejemplo, el no responder a la demanda o el no colocarse en el lugar paternalista del consejero. Sabemos que, en el correr del análisis, el analista debe separar al sujeto de su Ideal del yo, con el objetivo de vaciarlo de su goce; pero esta operación ( y aquí no coincido con Quinet ) no necesariamente puede hacerse desde el corte imaginario que el diván implica.
Un psicoanalista no es, no debiera de ser, alguien sumergido en una cápsula en donde todo debe ser de una asepsia pseudo-valiosa y al pie de la letra; letra que, no está de más decir, escribe un mensaje muchas veces resistencial. Todo encuadre estereotipado habla de un profesional con las mismas características, esos que a veces dicen: yo sólo atiendo adultos o yo trabajo sólo con sesiones de tiempo pactado, o yo sólo recibo efectivo. Tendríamos que preguntarnos, ya que se habla de dirigir la cura pero no al paciente, hasta qué punto el narcisismo o la omnipotencia no están actuando de obstáculo para dicho analisis o, en última instancia, de defensa encubierta por no poder abordar al sujeto desde otra mirada; mirada que no implica, desde ya, renunciar a la técnica analítica.
Analistas que "se hacen valer" con altos honorarios o que "despachan" a sus analizantes porque no pueden "acostarlos" en un diván o que ni siquiera aceptan un abordaje si no es diván-por-medio, son los que hacen del Psicoanálisis una técnica pequeño-burguesa y que no se animan a profundizar en el dolor humano.
Si como analistas sabemos que el acto es ácefalo, puesto que el sujeto no es agente de su acto; también deberíamos saber que el "soy donde no me pienso" es parte de una escena discursiva de la cadena de significantes y no tiene implícito el forzamiento de una herramienta técnica. Bueno sería recordar que Lacan ha analizado psicóticos en hospitales y que uno de los casos paradigmáticos del Maestro, "Juanito", lo ha analizado Freud sin diván alguno.
Muchas veces ser mas Papista que el Papa tiene sus riesgos... harto mas acreedores de una estupidez crónica que de un atroz servilismo.
El Corte de Sesión
Otro de los puntos muy discutidos en Psicoanálisis es el Corte de Sesión. Esto es: si hay sesiones de 50 minutos fijos o si las sesiones deben ser acotadas, cortadas, en algunos casos. Veamos el marco teórico:
Sabemos que el tiempo del sujeto no es el tiempo cronológico; que lo inconsciente es atemporal. Sabemos, además, que informarle al analizante que las sesiones tienen una duración "variable" ayuda para que éste sepa cuándo llega pero no cuándo se va; con lo cual también "sabe" que su tiempo es dudoso, que su discurso debe ser desplegado "lo antes posible" porque siempre está la posibilidad del corte. Y esto, como sabemos desde Psicopatología de la Vida Cotidiana, ayuda también a que se produscan manifestaciones de lo inconsciente.
El "tiempo de las sesiones" e incluso el número de éstas semanales, se ha transformado más en otro snobismo-clásico de los "clúbes de analistas" que en una técnica del dispositivo. Sabemos de analistas postfreudianos que consideran al análisis sólo factible con tres o cuatro sesiones semanales; pero, en fín, eso es tema de otro párrafo. Si el "tiempo" es manejado, como el uso del diván, desde un lugar de estereotipo, vuelve a colocarse la herramienta como fin-en-sí-misma y corremos el riesgo de no ver el árbol.
Personalmente trabajo con escansión de sesiones; pero esto no significa que mi analizante "se vaya" siempre antes de los 50 minutos. Es más: muchas veces puede irse a la hora y media. La escansión y/o la puntuación de una sesión tiene que ver, obviamente, con la escansión y puntuación en el discurso. Estar en atención flotante lleva aparejado este condicionante. Así cada sesión contiene siempre un "final-de-análisis".
Sabemos que el esquema de la comunicación es isomorfo al esquema de retracción de constitución del trauma: tiene lugar Nachträlich, a posteriori, sólo después de ser terminada una frase tendremos su sentido. Esto será en Lacan colocado como el punto-de-capitón en la matriz del grafo del deseo. Este punto permitirá la creación del sentido que, desde Freud, sabemos que será sexual.
Esto está en función de la interpretación, podríamos decir que es una interpretación en sí misma. Desde el momento que el analista puede decidir suspender la sesión, se coloca como Amo, como el sentido del Otro; pero abre el intervalo entre los significantes haciendo aparecer el objeto pivote de las representaciones. La suspensión es una forma de ser "semblant de objeto" que, recordando al trabajo de Lacan, remite al final del análisis. El corte apunta al no sentido y a la falta en el Otro, quedando el objeto como referente. En la medida que el analista atestigua la funcion de objeto a como agente de la certeza anticipada, el analizante podrá buscar su propia certeza en la configuración de su fantasma.
A patir del corte, va a surgir el deseo como pregunta. (Recordemos la pregunta del grafo: "¿qué me-quiere?"). Pero el corte, hay que decirlo una vez más, no es sinónimo de "sesiones cortas". Lo repito por si se mal entiende el concepto: "cortar la sesión" es un "no se sabe cuándo", quiere decir que el tiempo del neurótico, siempre privilegiado como un "tiempo de Otro" es vivenciado como un NO a su propia demanda. Sólo con cotejar a las histéricas y a los obsesivos (víctimas del "tiempo del Otro") advertimos como analistas que el Corte de Sesión no es, no puede ser, un mero procedimiento "formal", sino que limita con los bordes mismos del trazo del sujeto.


M. A. Pérez