El Corazón del Sauce.
"El médico Shirobei Akyama había ido a China
para estudiar la medicina, la acupuntura y algunas llaves de shuai-chiao, la lucha china.
De vuelta al Japón se instaló cerca de Nagasaki y se puso a enseñar lo que había
aprendido. Para luchar contra la enfermedad empleaba remedios poderosos. En su práctica
de la lucha marcial utilizaba mucho su fuerza. Pero ante una enfermedad delicada o
demasiado fuerte, sus remedios no tenían efecto. Sus técnicas eran ineficaces ante
enemigos demasiado poderosos. Sus alumnos lo abandonaron uno a uno. Shirobei, desalentado,
puso en cuestión los principios de su método. Decidió retirarse a un pequeño templo,
para ver más claro y se impuso una meditación de cien días.
Durante sus horas de meditación, empleaba siempre
la misma pregunta sin poder encontrar su respuesta: "Oponer la fuerza a la fuerza no
es una solución, ya que la fuerza es vencida por una fuerza más fuerte. ¿Cómo
hacer?"
Una mañana de nieve se paseaba por el Jardín del
Templo y pudo por fin encontrar la respuesta tan esperada. Primero oyó el crujido de una
rama de cerezo que se rompió en seco a causa del peso de la nieve. Después vio un sauce
a la orilla del río. Sus ramas flexibles se doblaban bajo el peso de la nieve hasta que
se liberaban de su fardo. Después volvían a su posición, intactas.
Esta visión iluminó a Shirobei. Descubrió en ella
los grandes principios del Tao. Las sentencias de Lao Tsé le vinieron al espíritu:
Lo que se dobla será enderezado
Lo que se inclina, permanecerá entero.
No hay nada más flexible que el agua
Pero para vencer lo duro y lo rígido
Nada la supera.
La rigidez conduce a la muerte
La flexibilidad conduce a la vida.
El médico de Nagasaki reformó completamente su
enseñanza que a partir de entonces tomó el nombre de Yoshinryu, la escuela del corazón
del sauce, el arte de la flexibilidad que enseñó a numerosos alumnos."
¿Ante quién nos inclinamos nosotros, los
psicoanalistas? Ante el discurso de nuestros pacientes. Nos inclinamos ante el decir del
sujeto. Y descubrimos que cuando nos inclinamos, lo ayudamos a que aprenda a inclinarse
ante la verdad de su Inconciente. Y entonces la nieve coagulada del goce que lo aprisiona
cae, puede recuperar el gusto por la vida.
Cuento Zen : El corazón del Sauce.
Isidoro Vegh