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lunes, 20 de febrero de 2012

El corazón del Sauce.


El Corazón del Sauce.
"El médico Shirobei Akyama había ido a China para estudiar la medicina, la acupuntura y algunas llaves de shuai-chiao, la lucha china. De vuelta al Japón se instaló cerca de Nagasaki y se puso a enseñar lo que había aprendido. Para luchar contra la enfermedad empleaba remedios poderosos. En su práctica de la lucha marcial utilizaba mucho su fuerza. Pero ante una enfermedad delicada o demasiado fuerte, sus remedios no tenían efecto. Sus técnicas eran ineficaces ante enemigos demasiado poderosos. Sus alumnos lo abandonaron uno a uno. Shirobei, desalentado, puso en cuestión los principios de su método. Decidió retirarse a un pequeño templo, para ver más claro y se impuso una meditación de cien días.
Durante sus horas de meditación, empleaba siempre la misma pregunta sin poder encontrar su respuesta: "Oponer la fuerza a la fuerza no es una solución, ya que la fuerza es vencida por una fuerza más fuerte. ¿Cómo hacer?"
Una mañana de nieve se paseaba por el Jardín del Templo y pudo por fin encontrar la respuesta tan esperada. Primero oyó el crujido de una rama de cerezo que se rompió en seco a causa del peso de la nieve. Después vio un sauce a la orilla del río. Sus ramas flexibles se doblaban bajo el peso de la nieve hasta que se liberaban de su fardo. Después volvían a su posición, intactas.
Esta visión iluminó a Shirobei. Descubrió en ella los grandes principios del Tao. Las sentencias de Lao Tsé le vinieron al espíritu:
Lo que se dobla será enderezado
Lo que se inclina, permanecerá entero.
No hay nada más flexible que el agua
Pero para vencer lo duro y lo rígido
Nada la supera.
La rigidez conduce a la muerte
La flexibilidad conduce a la vida.
El médico de Nagasaki reformó completamente su enseñanza que a partir de entonces tomó el nombre de Yoshinryu, la escuela del corazón del sauce, el arte de la flexibilidad que enseñó a numerosos alumnos."

¿Ante quién nos inclinamos nosotros, los psicoanalistas? Ante el discurso de nuestros pacientes. Nos inclinamos ante el decir del sujeto. Y descubrimos que cuando nos inclinamos, lo ayudamos a que aprenda a inclinarse ante la verdad de su Inconciente. Y entonces la nieve coagulada del goce que lo aprisiona cae, puede recuperar el gusto por la vida. 

Cuento Zen : El corazón del Sauce.
Isidoro Vegh