Las
adicciones, cuando se configuran como una posición subjetiva, es decir
cuando es algo más que el consumo transitorio, incluso el continuado, se
sostienen en el logro de un goce autoerótico que enarbola el rechazo de
lo discursivo, enfatizando la rigidez del “muro” entre palabra y goce.
(…)
Muchas
propuestas terapéuticas de las adicciones promueven una intervención
que está lejos de la temática de la castración y se acercan mucho más a
la del destete, una privación que no fue o se produjo a medias.
Tentativa que no puede reconocer la diferencia entre la relación del
sujeto con el objeto oral, esa especie del a, al que el fantasma da
soporte y vestidura, de la angustia por el agotamiento del pecho o de la
falta materna que refiere a la relación con el Otro materno, como
ocurre tanto en los adictos como en las anorexias y bulímicas. Destete
que pretende introducir en esa modalidad de goce una “necesidad de discurso” para que emerja de allí un sujeto, o en la inhibición necesaria que de origen a un síntoma.
Por
eso, como adelanté, el recurso adictivo es un recurso destinado a
cerrarle al sujeto el acceso al problema sexual al brindarle una
pregunta que impide un posicionamiento. De allí que “la pasión por la ignorancia”
impide que haya demanda de saber, que se reemplaza por otras: las de un
consumo que llega hasta identificarlo, la de ser demandado, a lo cual,
en general, se presta gustoso aunque casi siempre bajo protesta. También
el de un saber “técnico” sobre el uso de las drogas. (…)
El
objeto droga no es causa de deseo, es el de un goce cercano a la
premura y a la desubjetivación de la necesidad. Su función “terapéutica”
apunta a neutralizar la melancolía de quien quedó aplastado por la
imposibilidad de goce o bien ante la angustia de poder estarlo. Surge,
así, en forma insistente, algo que adquiere casi el rango de pulsión
–mixtura de necesidad y de capricho yoico- el de anular la presencia de
la demanda del Otro, pero el de la palabra, no el del goce.
Sergio Staude
.SsS